sábado, 8 de julio de 2017

Equinoccio

Francisco Tario en Italia, en 1953, fotografiado por Carmen Farell.

No hay tal silencio, fijaos bien. Es un constante rumor de astros, de aguas, de respiraciones heladas, de alas de pájaros.

¡Qué quietud la del mar embravecido, la del cielo tormentoso, la del fuego en el bosque, comparadas con la loca, desenfrenada, frenética aceleración de este nacer y morir de hombres!

Más que una flor, más que la noche, más que la lluvia, más aún que la Muerte, es mucho más bella, más silenciosa, más enigmática una llave perdida.

Hay en mí constantemente una curiosidad incurable por aquella Tierra silenciosa, nocturna, llena de pisadas celestes; aquella Tierra sin hombres, color violeta, de hace setecientos billones de años.

No puede ser de otro modo. Lo único que me inspira cierto respeto en el hombre es esa ilusión suya tan infantil de construir y construir casas.

Nadie debe poner en duda que todos aquellos que vemos transitar tan apresuradamente por la calles van a algo. Pongamos sí o no, que consigan sus propósitos; que vuelvan o no mañana, otro día. Está bien, pero ¿y después? ¿Y siempre? ¿Y el año que viene?

¡Oh, volverse de bronce y que lo sienten a uno en un parque a ver jugar a los niños!

Equinoccio (1946)
Francisco Tario 

No hay comentarios: