miércoles, 6 de septiembre de 2017

El artista

Lev Chistovsky. Dulces sueños.

Era menudo, se pegaba a las paredes a andar, andaba como con miedo, saludaba como con miedo. Parecía huido de otro mundo y que en éste no conociera a nadie. La gente movía la cabeza al verlo.
—¡Digo, el artista!
No debía ser como los demás hombres. Porque cuando de alguien se aseguraba que era un labrador o un curtidor o un panadero, no se decía de la misma manera, ni se dejaba entreabierto tal mundo de suposiciones.
—¿Qué hacen los artistas?
—Ese pinta. Pinta mujeres en cueros.
Cerrábamos los ojos apretadamente. Y veíamos más material la visión. El artista había andado mucho mundo, había tirado mucho dinero, había bebido de lo lindo. Y ahora pintaba sin parar a éste, al otro. a aquél.
—Como si al mundo se viniera para pintar. —Y esto nos planteaba ante el hecho de que al mundo no se venía para pintar.
—Entonces ¿para qué?
—Para hacer cosas de provecho.
—¿Qué es el provecho?
—El provecho es el provecho.
Nunca supimos a ciencia cierta de qué se llenaba el provecho. Ni tampoco que fuera de provecho pintar paredes y no gentes. En nuestro fondo una vocecilla defendía al artista. Sin querer le salía una aureola parecida a la de los santos. Y nos daba lástima que no hiciera cosas de provecho. Con lo fácil que era.

Las cosas del campo (1951)
José Antonio Muñoz Rojas

No hay comentarios: