viernes, 6 de octubre de 2017

Elogio de los aeropuertos

Siluetas de la gente en el aeropuerto. Ilustración de Freepik.

Hay veces que se cansa uno de ser y le gustaría solamente estar. Nada de complicaciones existenciales. Estar, sencillamente. La existencia, que es algo definitivo, es actividad -aunque esto pudiera parecer contradictorio- y toda actividad cansa a los mortales. Genes activos, células activas, átomos activos. Pensar, sufrir, reír, tal vez amar. El estar, en cambio, es algo transitorio y calmo, aunque sin llegar a la pasividad absoluta. Al menos lo percibimos como tal; es como si la vida siguiese su curso olvidándose un poco de nosotros. Decimos «estamos descansando», lo que lleva implícito un «por ahora». Sólo es descanso, esencialmente, el descanso eterno.
En los aeropuertos no se es; se está. Porque estar, por su provisionalidad, es una pausa en la existencia, un calderón, una suspensión en su movimiento más o menos acompasado. Nada es definitivo en los aeropuertos. Son puntos de llegada o puntos de partida. También puntos de referencia. El tránsito, como todo lo relativo, necesita un punto de referencia y ese punto lo son igualmente los aeropuertos. Son la perpetuación del tránsito. Son como la vida, que es una muerte transitoria; que es el espacio que media entre una y otra muerte. Por los aeropuertos pasa la vida y, a veces, se cansa uno de tanto pasar y pasar.
Algo de esto es también aplicable a los puertos y a los andenes de las estaciones de ferrocarril. Y digo algo y no todo, porque las diferencias son notables. En los puertos, que también son puntos de llegada o puntos de partida, no hay tránsito. No se va de un barco a otro. No hay tiempo para estar. La llegada o la partida de un barco es una actividad más y tiene un componente definitivo derivado de la duración de la travesía en relación con nuestras horas de vida y de la conciencia histórica de que en esa vida caben muy pocos viajes transoceánicos en barco. Por otra parte, sólo se puede hablar ya de viaje en los cargueros, en los barcos de guerra, en los de pesca de altura y en alguna aventura excepcional. Los de pasajeros son hoy barcos de cercanía. Además, quienes van a los puertos a recibir o a despedir a alguien también ejercen una actividad, como el que llega o el que parte. En los puertos se es; no se está.
Lo mismo ocurre en los andenes de las estaciones de ferrocarril. Hoy día se puede llegar a la hora justa. Han desaparecido los tránsitos -antiguos transbordos- que justificaban las estancias. A diferencia de los puertos, en los que es lento el amarre y lenta la ceremonia de zarpar, en los andenes todo es urgencia y silbidos y rápidos adioses. -¡Oh, aquellas despedidas con lágrimas y aquellos pañuelos agitándose por las ventanillas mientras se perdía el tren en la lejanía entre nubes de vapor!-. Pero, como en los puertos, también es todo existencia. También en los andenes se es.
En los aeropuertos, no. Cuando uno se cansa de ser, donde se está bien es en los aeropuertos, viendo aterrizar y despegar los aviones que llevan otras vidas, otras existencias; viendo ser a los demás y allá ellos, mientras uno se acomoda confortablemente en la oquedad de los momentos vacíos. Al menos hasta que la voz inmisericorde de los altavoces nos reanima y nos regresa a la realidad anunciando la próxima salida del vuelo SQ 333 con destino a Singapur. Es el nuestro.

(Inédito, 1998) De Por el ancho y pequeño mundo

Estado de palabra. Antología poética (1956-2002)
Rafael Guillén

No hay comentarios: