viernes, 29 de diciembre de 2017

El viaje

Ilustración de Fernando Sáenz Pedrosa.

Alguna noche, cuando el tren paraba
en un dormido pueblo cuyo nombre
se ignora, y una ráfaga
de viento helado con sabor a humo
remontaba el cristal a medias abatido,
sentí ignorar de pronto
desde dónde partí y a dónde iba.
Solamente una luz triste, un ladrido
lejano, algunas casas
oscuras, eran mundo: mi lugar de estar solo.
Inútilmente quise
reconstruir el día anterior (faltaban
todos los datos, toda la documentación). Inútilmente
quise ver mi destino en el billete
(un cartón sin palabras), con antiguas monedas
pagado (encontré algunas tan gastadas del uso
que era imposible averiguar la fecha
y el país). Mi país era aquel pueblo,
mi tierra muerta y sola de ayer y de mañana.
Llegaría la aurora,
y en un pobre local enjuagaría vasos
alguien con sueño aún. El tren estaba quieto
para siempre, cuadradas
las ruedas, frío el centro de la fuerza que tuvo
hasta allí; si es que no era
otra casa de adobe de aquel pueblo
triste.
De pronto, fuera
algo retrocedió, sonaba un grito
de hierro, y había árboles (apenas sensitivos)
que quedaban atrás, o duras piedras
fugándose. Y un serio funcionario
entró donde yo estaba, exigiendo la prueba
de mi conformidad con el viaje.
Le dije: ¿A dónde vamos? ¿Y de dónde venimos?
No quiso responderme.

Glosa (1982)
Alfonso Canales

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