viernes, 16 de febrero de 2018

La sensación de gozo

Patricia Highsmitt en su casa de Locarno, Suiza, 1987. Foto: Ulf Andersen. Getty Images.

Termino este libro con la sensación de que me he olvidado de algo, de algo de vital importancia. Así es. Es la individualidad, es el gozo de escribir, que en realidad no puede describirse, no puede captarse con palabras y transmitirse a otra persona para que lo comparta o utilice. Es el extraño poder que tiene el trabajo de transformar una habitación, cualquier habitación, en algo muy especial para un escritor que ha trabajado en ella, y que en ella ha sudado y maldecido y tal vez conocido unos pocos minutos de triunfo y satisfacción. Conservo en la memoria muchas habitaciones así: una diminuta en Ambach, cerca de Munich, con el techo tan bajo que no podía permanecer de pie en un extremo, habitación que había sido el cuarto de la doncella, en una posada; una habitación gélida y con goteras en una pequeña ciudad de la costa de Inglaterra, habitación cuyas grietas yo solía tapar tan desesperadamente como si me encontrase en un buque a punto de naufragar; una habitación en Florencia con una estufa de leña que estaba empeñada en no quemar nada; una habitación en Roma cuyo interior, cuando pienso en él, evoca el recuerdo de mucho trabajo y un gran desbarajuste curiosamente combinados. Debido a la naturaleza solitaria del oficio de escribir, estos recuerdos y emociones tan vivos no pueden compartirse con nadie.

Traducción de Jordi Beltrán

«Suspense». Cómo se escribe una novela de intriga (1966)
Patricia Highsmitt

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